A lo largo de estas últimas semanas hemos podido ver como el confinamiento nos ha recluido en nuestras casas y como el coronavirus ha ocupado la mayor parte de los informativos. La prioridad está clara, atajar la extensión de la pandemia, pero es importante señalar que esta situación de excepcionalidad no puede conllevar que bajemos la guardia ante otro tipo de pandemia como es la violencia contra las mujeres que, al igual que el Covid-19, se extiende por todos los continentes, aunque con sus diferentes mutaciones culturales.
En este caso, nos vamos a centrar en la violencia simbólica, que tal y como plantea Nuria Varela, no es “otro tipo de violencia” como la física, psicológica o económica, sino que se trata de un conjunto de creencias, gestos, valores, patrones sociales, rasgos culturales, sobre los que se crea el caldo de cultivo perfecto para que broten el resto de violencias machistas y se perpetúen las relaciones de desigualdad. Esto se concreta en chistes machistas, anuncios sexistas, comentarios justificando la violencia, invisibilidad de éstas en el curriculum educativo, cosificación del cuerpo de las mujeres, el silencio cómplice, desvalorización social de las labores de cuidado, trabajo que recae principalmente en las mujeres,… y así un continuo goteo de ejemplos a los que nos hemos habituado desde la infancia y que en la adolescencia se convierten en creencias y valores firmemente consolidados.
Durante este confinamiento la violencia simbólica también ha actuado adaptándose a las nuevas circunstancias. Es llamativa, por ejemplo, la cantidad de memes que circulan por las redes haciendo referencia al “peligro de engordar”. Esto no es más que una muestra de la imposición de un modelo normativo de belleza en el que se premia la delgadez y se condena la gordura; valiéndose para ello de burlas y comentarios gordófobos. Tanto es así, que el marketing ha sabido ver estos nichos de mercados y esto ha generado un incremento, no solo de la publicidad para adelgazar, sino también de aplicaciones y canales de YouTube para “estar en forma”. A nadie le sorprenderá el dato que afirma que las principales consumidoras suelen ser las mujeres, siendo las adolescentes una población espacialmente vulnerable. Esto es debido a que el mandato social de la estética recae, a nivel mundial, en ellas en mayor medida y suelen ser los medios de comunicación y las redes sociales, con su capacidad globalizadora, quienes más pueden alimentar esta obsesión, especialmente en este periodo de confinamiento donde su uso se ha incrementado notablemente.
«Durante este confinamiento la violencia simbólica también ha actuado adaptándose a las nuevas circunstancias»
También podría ser interesante hacer una reflexión sobre el reparto de las tareas domésticas y los trabajos de cuidados que hemos podido observar en nuestro entorno más cercano durante estas semanas. El movimiento feminista lleva tiempo alertando sobre la crisis de los cuidados. El coronavirus ha puesto sobre la mesa la insostenibilidad de este modelo económico que basa su crecimiento en sobrecargar a las mujeres con la responsabilidad de los trabajos de cuidado, valiéndose de mano de obra gratuita, y abaratando, de esta manera, los costes que supondría garantizar una red de servicios que permita conciliar realmente la vida personal, laboral y familiar. La Organización Internacional del Trabajo señala que el cambio cultural más importante a nivel mundial para avanzar en la igualdad de oportunidades es, probablemente, el reparto de las labores domésticas. La obligatoriedad de la dedicación de las mujeres a los trabajos de cuidado hace que necesiten buscar flexibilidad en sus arreglos laborales, lo que supone, en muchos casos, aceptar empleos más precarios y con un menor poder de negociación que en el caso de los hombres.
Esta desigualdad trae como consecuencia la creciente feminización de la pobreza que afecta en todo el mundo. Si nos centramos en los análisis que se han realizado al respecto durante el confinamiento a nivel estatal, éstos señalan que se están reproduciendo los tradicionales modelos de reparto de tareas entre mujeres y hombres, combinado con la excepcionalidad del momento que estamos atravesando. Es decir, la doble jornada dentro del propio hogar para las mujeres que realizan teletrabajo o la presión añadida de tener que desplazarse, por motivos laborales, sabiendo que dejan en casa confinadas personas dependientes. Esta situación, que estamos naturalizando, no solo supone un factor de estrés evidente para las mujeres, sino que también es el modelo que están viendo y normalizando las nuevas generaciones.
Como vemos, la violencia simbólica no usa la fuerza ni la coacción, sino que legitima y justifica las discriminaciones que se dan cotidianamente y que nos pasan desapercibidas si no les prestamos atención. En la medida en la que no seamos conscientes de ellas nos convertimos en cómplices de su reproducción. El coronavirus no puede hacernos desviar nuestra atención y bajar la guardia. Si es verdad, como dicen, que la sociedad va a ser otra, aprovechemos este momento para hacer un cambio real y que las nuevas generaciones no naturalicen las discriminaciones, las injusticias, el machismo ni, en definitiva, la violencia simbólica contra las mujeres.