¿Hacerse el coño?

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En los años setenta, Lorena Capelli, transformista  brasileña muy reconocida en la época, murió en Barcelona tras someterse a una cirugía de reasignación genital. En concreto, una vaginoplastia. Al parecer, oficialmente se aseguró que había muerto de peritonitis, pero parece una práctica de “despiste” porque esas cirugías estaban prohibidas en el Estado español. Es probable que, a pesar de las prohibiciones, fueran muchas mujeres trans las que se sometieron a este tipo de intervenciones en contextos de vulnerabilidad y clandestinidad. Algunas, las que tenían posibilidades, viajaban a Casablanca, en Marruecos o, más adelante, a Tailandia.

En abril de 1983, el Congreso español aprobaba la despenalización de la esterilización y la cirugía transexual. Para hacerlo, añadieron un párrafo al artículo 428 del Código Penal que estaba en vigor entonces. Así, eximieron de responsabilidad penal a los médicos y las médicas que practicasen reasignaciones genitales y se abría así un mundo de posibilidades para las personas trans. En la norma se referían a “cirugía transexual” y Alianza Popular se opuso. José María Ruiz Gallardón era entonces diputado y aseguró que proponer “facilidades jurídicas para el cambio de sexo” podrían suponer que se utilizaran para eludir las penas que estaban entonces previstas para quienes “a través de la automutilación” pretendieran eximirse del servicio militar. Los entrecomillados pertenecen a un artículo del periodista Bonifacio de la Cuadra, que publicaba esos días en El País un artículo explicando el cambio legislativo.

El cambio legislativo fue provocado, como ocurre siempre, por la lucha del colectivo LGTBQI+, pero podemos encontrar también algunas sentencias anteriores que probablemente permitieron también dar forma jurídica a la propuesta. Según la Memoria de la Fiscalía General del Estado de 1980, un juez de Málaga permitió ya el cambio registral a una mujer transexual en 1979. Cuentan, en un recurso de casación del juez Juan Latour Brotóns, que había sido registrada “en el Registro Civil como varón, operada del síndrome de transexualidad en Londres” que presentaba “caracteres netamente psicológicos de índole femenina”, aunque “las pruebas médicas” demostraron que la “dotación cromosómica era la normal del varón”. La sentencia recogía que debían garantizarse sus derechos “en relación con los derechos de la personalidad, consagrados en la Constitución, que pueden llevar a la consecuencia de que nadie puede ser obligado a mantenerse dentro de los márgenes de un sexo que psíquicamente no le corresponde o que repele”.

No fue hasta 1987 que la Sala Primera del Tribunal Supremo autorizó el cambio legal de sexo en España. Marisa Castillo, por fin tuvo su nombre. La sentencia señala que «la transexualidad es un problema de nuestro tiempo que ha sido posible gracias a los insospechados recursos de la cirugía plástica» a la que Castillo se había sometido en Londres; que “toda persona tiene derecho a un sexo bien determinado, por lo menos en lo que respecta a sus atributos psicológicos y características sexuales». Aseguraban que había vivido «una transformación total» de sus caracteres sexuales «tanto primarios como secundarios», pero no todos estuvieron de acuerdo. Los cuatro magistrados que votaron en contra aseguraban que «el sexo es inmanente al ser humano». Sorprende lo actual del comentario.

La despenalización de esta práctica es probable que provocara que aumentaran el número de intervenciones, pero no hay datos al respecto. Sabemos, por ejemplo, que había un par de médicos famosos por dedicarse a ello. En Madrid, Aurelio Usón era conocido como ‘el doctor coño’ y Sáenz de Cabezón tendría un nombre parecido en Barcelona. En Vestidas de azul: Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual, Valeria Vegas cuenta que la revista El Médico anunció, en 1984, que Usón haría las dos primeras intervenciones en España. De ellas sabemos poco, “que se consideraban plenamente mujeres y que laboralmente estaban desempleadas”. El mismo doctor declaraba a El País, en 1987, que había operado a 17 mujeres. En el reportaje, titulado El precio de convertirse en mujer, el médico aseguraba que “el transexual odia sus genitales». En el año 2000, el Hospital Carlos Haya de Málaga empezó a ofrecer estas cirugías de manera gratuita. ¡En el año 2000!

Menos mal que todo ha cambiado mucho.

En el reportaje, ‘Vaginoplastia: ¿un rito de paso hacia la norma?’, de la periodista María Sanz para Pikara Magazine, se recogen testimonios de mujeres trans que han decidido no operarse. Por lo que sea, porque tienen la opción y la información, porque conocen las ventajas y conocen los riesgos. La activista Keops Guerrero, por ejemplo, declara que “a veces se habla de la vaginoplastia como el éxito total, la última frontera en un proceso de transición de género”. El proceso, sin embargo, no acaba nunca, La medicalización de los cuerpos trans para hacer posible su encaje en un binarismo de género puede ser tremendamente violento. Juana Mari parecía estar en la misma línea cuando hablaba, en 1987, con el periodista de El País Andrés Fernández Rubio. Ella no se había operado ni tenía intención de hacerlo: «Si me corriese, y pudiera gritar: ‘¡Siento!’, me haría el coño; pero el miedo que tengo es que ellos sientan, yo me quede como un mueble y me utilicen. Así, por lo menos, estoy muy feliz».

Qué alegría leer eso, Juana.

Por Andrea Momoitio

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