¿Y también la huerta?

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Hace ahora 20 años, en abril del año 2000 en Cochabamba, Bolivia, tuvo lugar la Guerra del Agua. El conflicto estalló por el malestar de la población tras la privatización y venta del agua a una multinacional. En aquella ocasión se pretendía prohibir a la población incluso recoger agua de lluvia para su uso particular, algo muy necesario en lugares donde no siempre se dispone de un grifo en casa. Iciar Bollaín llevó esta situación al cine en 2010 con el título “También la lluvia”.

El 9 de octubre de 2015, se aprobó en Consejo de Ministros el Real Decreto 900/2015 lo que ha sido popularmente conocido como el Impuesto al Sol, por el que se gravaba a instalaciones de placas solares que no estuvieran totalmente aisladas de la red. Esto supuso 5 años de freno al autoconsumo solar en el Estado.

Hace tiempo que vengo bromeando con que algún día nos pondrán un impuesto por tener una sartén en casa, puesto que eso implica que podríamos cocinar y eso no computa en la economía productiva. En estos días nos vamos acercando a ello.

Digo esto porque vivimos en un tiempo de mercantilización total de nuestra vida. Nada que no genere valor, entendido como valor para el mercado, computable para el incremento del PIB, no solo no cuenta sino que se le ponen cada vez más trabas para poder desarrollarse. En relación a la crisis del COVID-19, nos encontramos con que entre las medidas que se han tomado en los distintos territorios del Estado una que me indigna y llama poderosamente la atención: la prohibición de los desplazamientos y la actividad en los huertos no profesionales que no tengan fines económicos. Vinculada a esta medida, otra igualmente significativa fue la prohibición de los mercados de baserritarras y/o productos de cercanía.

 

[Vivimos en un tiempo de mercantilización total de nuestra vida. Nada que no genere valor, no solo no cuenta sino que se le ponen cada vez más trabas para poder desarrollarse]

 

En la toma de estas decisiones, se vislumbra una visión urbanocentrista que no toma en cuenta la situación de miles de familias en distintos territorios para las que el mantenimiento de una huerta de autoconsumo puede cubrir muchas necesidades (alimentación, por tradición familiar, cultural, salud, opción ideológica y, sí, también puede ser ocio no vinculado al consumo). En cualquier caso, el trabajo en un huerto siempre proveerá de alimentos, por lo que se debería considerar que tiene fin económico (aunque no necesariamente monetarizado al no pasar por el mercado). El hecho de no considerarse una dedicación “profesional” se puede deber a que se vincule siempre trabajo con empleo, lo que no siempre es así.

Las huertas y las pequeñas producciones ganaderas de autoconsumo pueden ser una de las pocas opciones para cubrir las necesidades de alimentación familiares que, en muchos casos, no pueden ser cubiertas plenamente por carecer de ingresos. Estas condiciones probablemente empeorarán en muchas localidades en las semanas y meses que vendrán, con las situaciones de alto nivel de desempleo, vulnerabilidad y precariedad que conocemos. Las huertas potencian la soberanía alimentaria en nuestros pueblos, entendida como la capacidad para definir nuestras propias políticas agrarias y alimentarias. Además pueden ser un elemento clave para la seguridad alimentaria, la disponibilidad de alimentos en cantidad y calidad necesarias ante posibles problemas de abastecimiento de productos frescos en las próximas fechas, debido a cierres de fronteras y a paradas de exportaciones por parte de otros países. Como bien dijo Hipócrates, (para muchas personas, padre de la medicina): “que tu alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento”. Es decir, que llevar una buena alimentación es una de las mejores medidas preventivas para muchas enfermedades y en esto, las huertas y los mercados de productos de temporada y proximidad (si son agroecológicos, mucho mejor) tienen mucho que aportar.

Las hortalizas, legumbres y frutas que están ahora a punto de ser cosechadas, no entienden de Estados de alarma y si no podemos cosecharlas a tiempo, se perderán. Estamos además, en un momento de especial importancia para la preparación de las huertas de verano, para desbroce y mantenimiento de parcelas de cara a minimizar los riesgos de posibles incendios, de trabajos apícolas de mantenimiento, alimentación y reproducción de colmenas… Resulta imprescindible poder ir a las parcelas a realizar las tareas oportunas, entendiendo que habría que respetar las medidas sanitarias preventivas, en cuanto a distancias, no reunirse con más personas, etc.

Resulta curioso que la misma normativa a nivel estatal pueda tener diferentes interpretaciones en función de cada comunidad autónoma puesto que, en algunas sí se está permitiendo a la gente mantener sus huertos de autoconsumo (sin influir en esta diferenciación el tener más o menos casos de personas infectadas por COVID-19).

Hemos conocido también que, ante el cierre de fronteras y la dificultad en la contratación de personas temporeras para la recolección de cosechas en producciones con carácter empresarial, se están buscando mecanismos para que gente parada pueda ir a trabajar en dichas empresas. Para ello, se está proponiendo el uso de autobuses escolares para el transporte de personal y la posibilidad de desplazarse a pueblos colindantes si allí hubiera trabajo.

Parto de que esta situación es extremadamente complicada y muy difícil de gestionar, pero creo que hay que tener claras las prioridades y no creo que en este caso se esté poniendo nuestra salud por encima de otro tipo de intereses. No entiendo cuáles son los criterios técnicos sanitarios por los cuales consideran que es más arriesgado que una persona se pueda contagiar de coronavirus yendo sola a su huerta que yendo a comprar a un supermercado o trabajando como jornalera con otras para hacer la recogida de frutas u hortalizas. Y si es viable ir a una gran superficie a comprar con algunas medidas de protección ¿no lo es igualmente en los mercados locales?

Cuentan que hace años coincidió el presidente de un gobierno latinoamericano con la madre de un cantante al que admiraba. Al conocer quién era la mujer le preguntó: -”Señora, ¿qué puedo hacer por usted? A lo que ella contestó: -”Con que no me joda, es suficiente”
Pues eso.

Autor: Carlos Cuervo Múgica, hortelano, apicultor no profesional y socio de medicusmundi Bizkaia

Versión adaptada del artículo publicado en ElSalto edición Extremadura

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