Los datos demuestran que la comunidad trans encuentra dificultades en el acceso a la salud. Los y las profesionales no están formadas y las transfobia evita que puedan acudir con tranquilidad a los servicios de salud.
ANDREA MOMOITIO
Saltan noticias cada dos por tres. En realidad, igual decir eso es mucho decir. Cada dos por tres, en redes sociales, en pequeños círculos, suenan los mismos murmullos. Alguien denuncia que ha sido tratado mal en alguna unidad de género de algún hospital, otra cuenta que ha tenido que viajar a Francia a comprar hormonas porque hay problemas de abastecimiento; o que en la consulta de ginecología, el personal ha hecho algún comentario tránsfobo.
A pesar de los innegables avances que ha logrado la comunidad trans en los últimos años, la falta de formación del personal sanitario sigue dificultando que puedan desarrollar sus tránsitos con libertad y dignidad. Hace unos meses, el cantautor Viruta FTM lo contaba en Pikara Magazine: “Hay muchas personas trans a las que les causa temor o rechazo asistir a la consulta de ginecología. Yo recomiendo a mis compas trans que busquen recomendaciones de profesionales que les traten con cariño, empatía y que les hagan la experiencia lo más llevadera posible. Que no queden excusas para conocer nuestros cuerpos, por dentro y por fuera”.
¡Qué menos! Él mismo aseguraba que cada vez hay profesionales de la ginecología y la obstetricia trabajando por atender las necesidades de las personas trans, pero sigue siendo insuficiente. Hay honrosas excepciones, claro. El Trànsit: Servicio de promoción de la salut de las personas Trans, por ejemplo, es una referencia e, insisto: una excepción.
El colectivo transfeminista Ozen! lanzaba hace unos meses una campaña contra la Unidad de Identidad de Género (UIG) del hospital de Cruces, en Barakaldo. Aseguraban que humillaban y violentaban a las personas trans que pasaban por allí. Pedían que, las personas que habían viviendo situaciones parecidas, se lo comunicaran con el objetivo de organizar una denuncia colectiva. Entre otras cosas, aseguraban que se habían hecho afirmaciones como «con esa mandíbula y nariz no sé si llegarás a parecer nunca una mujer de verdad» o «si te gustan los hombres y las cosas femeninas, ¿por qué no te quedas mujer?».
La familia de Ekai Lersundi, un chaval trans que se suicidó con 16 años, también señaló a la Unidad de Identidad de Género del mismo hospital. En una carta a Nekane Murga, consejera de sanidad del Gobierno Vasco, le pedía extinguir el servicio. Exigía que las personas trans fueran atendidas en “los ambulatorios que les correspondan por cercanía” y derivados al endocrino o endocrina que les corresponda sin tener que desplazarse hasta el hospital de Barakaldo.
Es más, según sus palabras, deberían dejar “lo de psicólogo y psiquiatra a demanda de ellos” para que “no tengan que pasar a la fuerza por el aro”. En unas declaraciones a El Correo se mostraba firme: “No se ha suicidado por ser transexual”. “Llevaba un año esperando a que el hospital de Cruces le pusiera un tratamiento hormonal, pero de momento solo había conseguido consultas con psicólogos y psiquiatras. (…) Tenía consulta con la endocrina. En Euskadi hay que seguir el ejemplo de Navarra o Barcelona. La transexualidad no es una enfermedad mental; hay que despatologizarla”. Ekai murió en 2018. Su familia sigue luchando tanto por preservar su memoria como por garantizar los derechos que él no pudo disfrutar.
La abogada Laia Serra, en el artículo Patologización trans*: Una violación de derechos humanos insostenible, cuentan que distintas encuestas europeas revelan que las personas trans tienen el nivel de salud más precario del colectivo LGTB, como consecuencia de la transfobia. Se han desarrollado diferentes documentos, como la Guía de buenas prácticas para la atención sanitaria a personas trans* en el marco del sistema nacional de salud , que, en muchas ocasiones, no llegan a los y las profesionales de la salud que se encargan de la atención de la salud de las personas trans.
Los datos, escandalizan. Según el estudio Las personas trans y su relación con el sistema sanitario, de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales, Intersexuales, recoge “que el 33% de las personas trans no acuden a los centros de salud ante un problema sanitario, entre otros motivos, se debe a que se sienten incómodas, no tienen tarjeta sanitaria o las nombran por su nombre puesto al nacer, motivo este último que aparece de forma reiterada, el 48% ha sentido alguna vez un trato discriminatorio o poco adecuado por el personal sanitario y de nuevo casi la mitad ha retrasado o anulado una cita por miedo a no ser nombrado por su nombre sentido, por miedo a que no le trataran con respecto, por miedo a tener que visibilizarse y/o por no saber a qué especialista acudir debido a su proceso de transición”.
Los avances legislativos que se vienen aprobando en las últimas décadas marcan el rumbo, pero parece que todavía estamos bastante perdidas. Eso sí, algunas más que otras. Mientras, la comunidad trans trata de buscarse la vida.